Jesús Argudo nos ha hecho llegar este reportaje de fotos del Vía Crucis celebrado en
Cuenca, en la que se llevó al Santo Cristo de la Caridad para que
procesionara junto con otras imágenes de la provincia.
Aquí tenéis el texto publicado en el diario digital Voces de Cuenca, acerca del evento del Vía Crucis.
Hay fechas que quedan grabadas en la
historia de cada pueblo hasta convertirse en un símbolo de su identidad.
Guarismos que rememoran victorias en guerras; derrotas en batallas;
liberaciones; nacimientos; grandes acontecimientos…. La del 23 de marzo
de 2013 quedará como una de esas fechas para las tierras de Cuenca. El
Vía Crucis del Año de la Fe con quince pasos de once localidades de la
provincia y la procesión de estos por las calles de la ciudad se
convirtió por derecho propio en efeméride del pueblo conquense.
Lo
vivido este sábado es una de esas citas en las que, con orgullo y
nostalgia, gusta recordar que allí se estuvo por muchos años que hayan
pasado. Una multitudinaria demostración colectiva de Fe que ha
congregado en la ciudad de Cuenca a miles de personas, 10.000 según los
primeros cálculos. La cita concentró en unas horas siglos del mejor
arte religioso; tradiciones maceradas por generaciones; devociones
enseñadas de abuelos a nietos; orgullosos compartidos con tremenda
generosidad.
La idea era ambiciosa
pero complicada y, a pesar de las dificultades, el reto se saldó con
sobresaliente. Hubo ausencias emblemáticas de grandes pasos de la
provincia, sí, pero nadie sobró.
La lluvia obligó a celebrar primero el Vía Crucis
La
experiencia, no obstante, estuvo a punto de ser mutilada por esa lluvia
que nunca acaba de acertar cuando caer. Este sábado decidió empezar a
hacerlo con más fuerza a las 9 de la mañana, la madrugadora hora de
inicio del desfile. Ante la situación desde la organización se reaccionó
rápido: se haría primero el Vía Crucis por el interior de la Catedral
(estaba previsto al final de la procesión en el Parque de San Julián) y
si al acabar habían escampado el riesgo y el agua y el riesgo, se
saldría. Al fin y al cabo todos aprendimos en el colegio aquello de que
el orden de los factores no altera el producto.
Así
que a las puertas de la seo conquense se abrieron para todos y tras
unos momentos iniciales de agobio y aglomeración, dosis de organización y
del excelente trabajo de los voluntarios consiguieron que el templo
albergase a cientos de fieles sin riesgos y además se alumbrara el
camino para que pasase la Cruz que iría marcando las estaciones.
Conforme se iba conociendo la noticia más devotos se sumaban, pero todos
se hacían un hueco. Un milagro como el de la multiplicación de los
panes y los peces versión metros cuadrados.
Mientras, y ante el riesgo de los pasos no salieran en la calle, los fieles dejaban escapar alguna viva o aplauso a su imagen querida o los banceros la movían ligeramente.
Mientras, y ante el riesgo de los pasos no salieran en la calle, los fieles dejaban escapar alguna viva o aplauso a su imagen querida o los banceros la movían ligeramente.
A las diez la cruz
llevada a hombros por varios jóvenes iniciaba su caminar a través de la
girola dando comienzo al Vía Crucis. Fue un acto tremendamente
emocionante y solemne. La arquitectura de la Catedral y las voces del
Coro ayudaban a elevar el espíritu. También se alzaba la cruz ante cada
paso y éste era levantado y movido por sus banceros para marcar cada
estación. Orgullosas costumbres, distintas y similares, se mezclaban. La
Catedral ejerció como nunca su título de “Iglesia Madre de la
Diócesis”: todos jugaban en casa.
Las
meditaciones supusieron el elemento necesario para complementar la
exaltación de la religiosidad popular que fue el acontecimiento.
Llamadas a la conciencia personal de los cristianos, a renovar su vida
espiritual y a no olvidarse jamás de sus semejantes. Dos jóvenes ls
iban leyendo con claridad y tranquilidad mientras los rezos se iban
acumulando.
Al finalizar el Vía
Crucis los representantes se volvían a reunir y tras una breve
deliberación decían por unanimidad que el desfile saldría. Lo haría por
el recorrido previsto aunque se advertía que •”sin perder la dignidad”
se trataría de ir lo más rápido posible.
Se salió en procesión por unanimidad
Varios
asistentes no pudieron contener los aplausos. Eran meses de ilusionada
preparación; no era un desfile más. Los participantes sabían que se les
había conferido la responsabilidad de representar al resto de gentes de
su pueblo; de comarcas enteras. Es más: sabían que su papel era
circunstancial porque en realidad eran los elegidos para que ellos
representaran a las ramas más altas de los árboles genealógicos,
aquellos que ya no están que les dejaron como mejor herencia sus
creencias. Sabían también que representaban a los conquenses aún por
existir que se reconocerán en este día. La Alcarria, La Mancha, La
Manchuela y la Serranía estaban pendientes de ellos. "Habéis traído lo
más valioso para vosotros, vuestras imágenes", resumía el obispo José
María Yanguas al dirigirse a los fieles.
A
las once y cuarto de la mañana comenzaban a salir a las imágenes ante
una Plaza Mayor repleta, emocionada, expectante y silenciosa. Allí
estaba ya la imagen de la Virgen de las Angustias, patrona de la
Diócesis, que había pasado la noche en el Obispado y a la que su guión
representó en el Vía Crucis.
Pasos únicos
El
primero en salir fue el paso de la Santa Cruz de la Alberca de Záncara,
símbolo de un camino jacobeo homónimo, y herencia del siglo XVII. Muy
bien llevado en su caminar dotado de seriedad y brío por sus banceros y
al son de la banda de la localidad, que hizo más que méritos para ser
tenida en cuenta. Horquillas de madera sobre el pavimento.
Tras
ella la Oración en el Huerto llegada de San Clemente. Un paso muy
especial por varias razones. Su ángel es obra de Marco Pérez anterior a
1926 y es la única imagen de las que hizo para la Semana Santa conquense
anterior a la Guerra Civil que sobrevivió. El conjunto en sí,
completado en 1940, desfiló hasta mediados de los 60 el Jueves Santo
conquense y posteriormente fue cedido por la hermandad del Huerto de San
Antón a la localidad manchega. Sanclementinos y conquenses compartieron
banzo y fraguaron ya una hermandad que seguro, a juzgar por las
conversaciones, que se plasma en nuevos hermanamientos.
Los
alcaldes de la Alberca y San Clemente, María del Carmen García Patiño y
Vicente García, fueron respectivamente con sus imágenes al igual que
estuvieron los munícipes de Huete, Almonacid del Marquesado y Mota del
Cuervo, entre otros. Con Las Angustias fue el presidente de la
Diputación, Benjamín Prieto.
La
banda de Villalpardo le marcó el rito a Jesús Amarrado a la Columna de
Cuenca, que desfiló con las andas de su Vía Crucis de inicio de Cuaresma
y sin sayón. La impresionante imagen flagelada fue la representante de
la Cuenca nazarena en esta muestra de unidad provincial dentro de la
diversidad. Un recordatorio para alertar de ese mal endémico, ni mucho
menos exclusivamente en lo religioso, que hace muchas veces a capital y
provincia no mirarse o ponerse de espaldas. Traje oscuro en sus
banceros.
Nazarenos conquenses, del
Ecce Homo de San Gil, llevaban con sus túnicas habituales aunque sin
capuz la imagen de otro Ecce Homo de busto: el de la Catedral. Una joya
del siglo XVII que habitualmente está en la Sacristía y que salió de ese
poco comprensible olvido.
Majestad y magnitud son dos de las cualidades que los espectadores coincidían en manifestar al descubrir el Jesús Nazareno de Mota del Cuervo, obra también de Marco Pérez. Acompañado de la banda de trompetas y tambores de su hermandad, era portado por sus banceros, sin horquillas, con una solvencia que sirvió para reivindicar la valiosa semanasanta moteña. Muy interesante a juzgar por lo visto este Sábado de Pasión en Cuenca.
Majestad y magnitud son dos de las cualidades que los espectadores coincidían en manifestar al descubrir el Jesús Nazareno de Mota del Cuervo, obra también de Marco Pérez. Acompañado de la banda de trompetas y tambores de su hermandad, era portado por sus banceros, sin horquillas, con una solvencia que sirvió para reivindicar la valiosa semanasanta moteña. Muy interesante a juzgar por lo visto este Sábado de Pasión en Cuenca.
Al
aviso de la campana se movía el Nazareno Caído de Tarancón, que era
llevado por nazarenos de todas las hermandades de la Pasión taranconera,
otra de nuestras joyas espirituales y etnográficas. Un colorido mosaico
de unidad que tenía como referencia para avanzar la Banda de Trompetas y
Tambores de la Exaltación de la localidad. Sobrecogía verlo avanzar por
ese Calderón de la Barca que este día cambió por la emblemática
Zapatería.
El Nazareno de Huete,
obra de finales del siglo XVI o principios del siglo XVII, no sólo es
una lección de arte religioso y emblema de la historia de la ciudad
optense. Es también, y sobre todo, la llamada suplicante del Dios hecho
más hombre que nunca. El rostro dolorido que mira y, sólo con mirar,
transmite que es posible vivir con paz y trascendencia la mayor de las
amarguras. Sobrias andas y numerosos devotos acompañándole.
Una
multitud escoltó al Cristo de la Caridad de Priego, excepcional obra de
Salvador Carmona fecha en el siglo XVIII y que ejerce un influjo
proverbial no sólo sobre los lugareños de su localidad sino también
sobre buena parte de la Alta Serranía, El Campichuelo y la Alcarria.
Es
una imagen que sólo sale cada cien años en procesión o en ocasiones
especiales como ésta. Solemnemente llevado fue encogiendo el corazón a
cada tramo de trayecto abarrotado. “Tiene algo especial…”, decían unos
turistas que se habían encontrado con este espectáculo. La banda sonora
de su discurrir la puso la Banda de Villarejo de Fuentes y la Guardia
Civil lo dotó de solemne representación.
Entrañable
y también muy bien arropada por sus vecinos llegó la imagen del
Crucificado de Carboneras de Guadazaón. Un conjunto que fue un emblema
de esa convicción tan de estas tierras que proclama que la sencillez es,
en muchas ocasiones, la mejor manera de proclamar los mensajes más
transcendentes.
Otro crucificado, el
Cristo de la Llaga en la Espalda de Villanueva de la Jara, cobijó a
Cuenca bajo la sombra de sus grandes dimensiones y su belleza, obra del
escultor José María Ponsoda. Las marchas que brotaban de la banda de la
localidad y la gran cantidad de hermanos de diferentes hermandades que,
con sus túnicas e indumentarias habituales, le iban acompañando
configuraron un brillante desfile, a la altura de la gran ocasión.
Poderío
en el Cristo del Perdón de Mota del Cuervo. Otra vez Marco Pérez
haciendo madera la devoción de una tierra. Y otra vez la grandiosidad en
la forma y en el fondo. Este es un paso que habitualmente se lleva a
costal pero que en esta ocasión sus devotos portaron sobre los hombros. Y
cómo lo portaron. Eran capaces de pasar de la tranquila solemnidad al
éxtasis de la Saeta que rompía a aplausos el público. Su marcha propia
hacía el resto.
Muchas vivas se
escapaban en honor del “Santísimo Cristo de la Salud y de su Santísima
Madre”, dos imágenes de Pío Mollar de pequeñas dimensiones pero enorme
significado y devoción. Se notaba que sus devotos están muy orgullosos
de él y así lo hicieron notar con un hermoso desfile. Junto a ellos iba
el delegado de la Junta en Cuenca, Rogelio Pardo, que durante dos
décadas fue alcalde de la localidad.
La
seriedad y buen discurrir fue la tónica dominante de la expedición de
Almonacid del Marquesado , que trajo hasta Cuenca su exótico Cristo de
los Milagros. Una talla negra, seriamente llevada marcando el paso como
hay que marcarlo al son de una banda de la localidad notable en
comportamiento. Hasta los propios fieles de paisano caminaban al son de
la música.
Capítulo aparte por su
transversalidad merece la imagen de Las Angustias, que hizo brotar
emocionadas súplicas casi a cada metro. Caminaba sobre las andas de La
Amargura y llevada como los grandes banceros conquenses saben que hay
que llevar un paso así, único.
Silencio
absoluto el que se asomaba en su caminar y que clamaba aún más si cabe
al paso del Cristo Yacente de Mota del Cuervo. Una imagen apenas
policromada sencillamente decorada por una hilera de claveles rojos.
Tan
extraordinario muestrario se fue desplegando ante cientos de personas
por las calles del Casco Antiguo. Las coloridas fachadas de Alfonso
VIII, los quiebros de la Audiencia, la primavera incipiente de la
Trinidad y la solemnidad de Calderón se pusieron al servicio de esta
gran causa.
El sol se sumó a la fiesta
El
sol se sumaba a la fiesta y los paraguas se volvieron a abrir para
protegerse de él. A pesar de que el cansancio se tenía que haber hecho
notar (la cita había exigido grandes madrugones) el entusiasmo iba
elevándose.
Poco a poco se fueron
asentando en el Parque de San Julián, alrededor del templete. El
conjunto se completaba sobre las 14:40 horas con la llegada del último
paso. Una imagen para recordar, una fecha para la historia.
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